Читать книгу Salvos por gracia онлайн | страница 3

Porque todos pecamos y estamos destituidos de la gloria de Dios, Él, en su infinito amor, ideó un plan para salvarnos de esa muerte. Dios mismo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (S. Juan 1:14). “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (S. Juan 3:16).

Este fue el plan de la Redención establecido desde tiempos eternos en nuestro favor. Como la paga del pecado es muerte, el hombre merecía morir, pero Cristo murió en la cruz como el Cordero de Dios, pagando así la deuda. Ocupó un lugar que no merecía, a fin de que nosotros ocupemos un lugar que tampoco merecemos: la vida eterna.

Como vimos, por la propia definición de la palabra, nada podemos hacer para “merecer” la gracia de Dios. Por más esfuerzo que pongamos de nuestra parte, por más que lastimemos nuestros pies peregrinando, y por más fieles q seamos a la ley de Dios, nada es suficiente. La gracia de Cristo no puede ser comprada o ganada. Pero Jesús la toma como un hermoso regalo y la coloca al alcance de nuestras manos. ¿Qué tuvimos que hacer nosotros? ¡SOLO RECIBIRLA!

Por esta razón, aquel que en su último aliento entrega su corazón al Salvador, obtiene vida eterna, como el ladrón de la cruz, que al borde de la muerte creyó de corazón en el Señor: “Acuérdate de mi cuando vengas en tu reino”, y como él, toda persona que acepta a Jesús sinceramente, recibe por gracia la salvación, tanto el que vivió toda una vida de entrega, como aquel que lo recibe en el último minuto de su vida, aunque la muerte no le de la oportunidad de demostrar su conversión mediante la obediencia a los preceptos divinos.

Y es en este punto donde nos hacemos la pregunta, si no existe ley que nos justifique delante de Dios, entonces, ¿Qué lugar ocupa la obediencia si somos salvos por gracia? ¿Cumple alguna función aún su ley? ¿No fue “clavada en la cruz”? A esto responde el pastor Fernández, en la página 13 de su libro:

“El pacto de la ley, se estableció en el Sinaí entre Dios y el pueblo Israelita, y estuvo vigente hasta la muerte redentora de Cristo”.


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