Читать книгу La Sonrisa Escondida de Dios онлайн | страница 4

David Brainerd probablemente no sería conocido por nadie, de no haber sido gracias a Jonathan Edwards, el pastor de Nueva Inglaterra en cuya casa este joven misionero a los indígenas americanos, murió de tuberculosis cuando tenía veintinueve años. Edwards tomó el diario de Brainerd y lo convirtió en lo que se llama The Life of David Brainerd [La vida de David Brainerd]8, una biografía que ha inspirado más servicio misionero, tal vez, que cualquier otro libro fuera de la Biblia9. No había especialistas que le dijeran a Brainerd, de veintidós años, cuando comenzó a escupir sangre en su segundo año en Yale, que era un candidato inadecuado para el estrés misionero lejos de la civilización. Así que, durante los siguientes siete años, después de ser expulsado de Yale, entregó su vida por la salvación de “las tribus de indígenas de Stockbridge, Delaware y Susquehanna”10. Su historia se ha convertido en un clásico espiritual, y “es tan difícil enumerar la gran multitud que Juan vio en Patmos como contar esa muchedumbre –roja, marrón, amarilla y blanca– introducida directa o indirectamente en el Reino de Dios por el joven tuberculoso que gastó su vida en los campos de Nueva York, Pensilvania, y Nueva Jersey hace más de dos siglos”11. Con los grandes privilegios espirituales viene gran dolor. Es claro por las Escrituras que este es el designio de Dios: “Y para que la grandeza de las revelaciones”, escribió Pablo en 2 Corintios 12:7, “no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera”. Gran privilegio, gran dolor, el diseño de Dios. Lo mismo sucedió con Bunyan, Cowper y Brainerd. Pero no todos tenían el mismo dolor. Para Bunyan era la prisión y el peligro, para Cowper era una depresión de por vida y una oscuridad suicida, para Brainerd era la tuberculosis y el “mundo salvaje”.

¿Cuál fue el fruto de esta aflicción? ¿Y cuál fue la roca sobre la que creció? Considera sus historias y sé alentado en que ningúna obra ni sufrimiento en el camino de la obediencia cristiana es en vano. “Detrás de una ceñuda providencia, Él esconde un rostro sonriente”.


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