Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 24
Para las 7:30, Ringling Brothers y Barnum & Bailey ya se había instalado bastante bien y era hora de que mi hermano y yo corriéramos de vuelta a donde los camiones descargaban el pequeño circo Downey Brothers: versión en miniatura del gran milagro, salía de camiones en vez de trenes, con sólo diez elefantes en vez de casi cien, y sólo unas pocas cebras, y los leones, adormilados en sus jaulas separadas, se veían viejos y sarnosos y exhaustos. Esto se aplicaba también a los tigres, y a los camellos, que se veían como si hubieran caminado cien años y la piel empezara a caérseles.
Mi hermano y yo trabajamos toda la mañana cargando cajas de Coca-Cola en botellas de verdad, hechas de vidrio y no de plástico, de modo que llevar una significaba levantar más de veinte kilos. Para las nueve de la mañana yo estaba exhausto, pues había tenido que mover cuarenta cajas o más, cuidándome a la vez de que no me pisoteara alguno de los monstruosos elefantes.
A mediodía corrimos a casa por un sándwich y de regreso al circo pequeño para dos horas de explosiones, acróbatas, trapecistas, leones sarnosos, payasos y jinetes del Viejo Oeste.
Al terminar la función del primer circo, otra vez corrimos a casa y tratamos de descansar. Tomamos otro sándwich y a las ocho salimos otra vez, hacia el gran circo, con nuestro padre.
Siguieron otras dos horas de truenos de metal, avalanchas de sonido y caballos al galope, tiradores expertos, y una jaula llena de leones nuevecitos y verdaderamente irritables. En algún momento mi hermano se fue, riendo, con unos amigos, pero yo me quedé al lado de mi padre.
Hacia las diez las avalanchas y las explosiones cesaron de pronto. El desfile que yo había presenciado por la mañana ocurrió en reversa ahora, y las carpas empezaron a hundirse, suspirando, para quedar en el pasto como pieles vacías. Nos quedamos de pie en el borde del circo mientras todo exhalaba, y todas sus carpas se colapsaban, y empezaba a alejarse en la noche, con la oscuridad llena de una procesión de elefantes que jadeó todo el camino de vuelta a la estación de trenes. Mi padre y yo nos quedamos allí, en silencio, mirando.