Читать книгу No olvido, recuerdo онлайн | страница 32

Antes de entregar la bandera nos invitaron a tomar una cerveza en la mejor cantina de Múnich, la Ophra’s House. Esto fue cuando nos habituamos, porque fueron dieciséis horas de vuelo y nos descompensamos. Nuestro director, que ya tenía experiencia, decidió que nos fuéramos tres días antes para que nos acostumbráramos al horario normal. Tres días la pasamos organizando y promoviendo. Fue entonces cuando nos invitaron a la cantina y dijimos: «Vámonos a echarnos unas cervezas». Uno llega, se sienta y le ponen un litro de cerveza en una jarra, no le preguntan a uno qué va a querer.


Después de dos cervezas, los del mariachi sacaron sus instrumentos y le pidieron permiso al gerente que si les permitía hacer ruido. Ellos no querían hacer un presentación ni nada, querían hacer ruido para tocar «Qué lejos estoy del suelo donde he nacido» [la «Canción mixteca»] para alegrarnos. El dueño les comentó que nunca habían tocado otros músicos que no fueran los de ellos, quienes estaban en un quiosco en medio de la cantina. Les sugirió que les pidieran prestado a los músicos su lugarcito, y éstos aceptaron.

Yo creo que entramos a la cantina más o menos a las tres o cuatro de la tarde, después de la comida, y quién sabe a qué horas salimos, quizá a la una o dos de la mañana. Eran mesas larguísimas, tablones en los que pueden caber treinta o cuarenta personas. Ahí se presentó la oportunidad de romper una de las grandes tradiciones, que después fueron muchísimas durante toda mi permanencia en el grupo, por el gusto de bailar. Eso es lo que a uno no se le olvida.

Antes de la inauguración fuimos a ensayar. En uno de esos días nos encontramos al grupo folclórico de Alemania, que después de recibir la bandera bailarían para corresponder con nosotros. Cuando ellos empezaron a tocar su música, nuestros mariachis los imitaron. Al rato era un orquestón de los alemanes y los mariachis mexicanos tocando la misma canción; tienen una facilidad para tocar esos muchachos del mariachi Los Toritos, ¡qué bárbaros!


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