Читать книгу Antología 10: Planes divinos онлайн | страница 41

Un día, decidí tomarme un tiempo con Dios, para orar y buscar Su presencia. Estaba a punto de irme de viaje a Costa Rica, a un congreso de mujeres. Estaba tan entusiasmada, feliz. Y durante este tiempo a solas con Dios, Él habló nuevamente a mi vida: “Yo te vestiré de blanco”. Cuando Dios habló esas palabras, inmediatamente entendí que Él tenía planes para mi vida, y que pronto me casaría.

Estaba contenta de saber que esa área de mi vida Dios la tenía muy presente. Era como susurrarme: “Yo sé tu anhelo y tu deseo de casarte”. Entendí que sus planes para mí, los que Él tenía desde un principio, no habían caducado o expirado por mis malas decisiones del pasado, sino que Él redimiría mi futuro a pesar de cualquier error o falla que hubiera cometido. Ese día lloré de alegría y felicidad, al saber que Su perdón era indiscutible. Su dulzura y amor por mí eran más fuertes que el remordimiento o culpa por mis errores. Por Su gracia, Dios ya había establecido en los cielos un plan maravilloso para mi vida.

Durante este tiempo, sirviendo al Señor, empecé a tener más acercamiento con mi líder inmediato, quien era en ese momento el pastor de jóvenes adultos de nuestra iglesia. Comenzó una amistad muy bonita, primero fue meramente ministerial, pero luego fue floreciendo una amistad hermosa. Este joven era mi maestro en la escuela de liderazgo, de quien, a mis diecisiete años, Dios me había hablado. Sí, el mismo joven del cual Dios un día me había dicho que sería mi esposo.

Cuando veo hacia atrás, me doy cuenta de que cada día y cada situación en nuestras vidas, no son casualidad, no son meras coincidencias. Es el plan de Dios realizándose ante nuestros ojos. Dios ha escrito detalles exclusivos de nuestras vidas en los cielos. Él los cumple y los realiza, sin necesidad de nosotros tener que manipularlos de alguna u otra manera.

“Yo te vestiré de blanco”, se hizo realidad. A tan solo un mes de nuestra relación de noviazgo, una amiga muy querida me dijo que tenía un vestido de novia nuevo, con todo lo necesario, muy hermoso y que, si ese vestido me quedaba, era mío. Asombrosamente, ¡me quedó como si una costurera lo hubiese hecho para mí! Ese día llegué a mi casa con un vestido de novia hermoso, comprado en USA, solo para mí. Dios me vistió de blanco. ¡Él ya tenía listo mi vestido!


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