Читать книгу Paisaje de la mañana онлайн | страница 51

También en la literatura infantil se ha abordado la literatura popular, sobre todo andina, produciendo una considerable batería de relatos adulterados. Y como existe un reclamo de un sector del magisterio nacional para trabajar con textos peruanos —entendidos exclusivamente como andinos—, la recreación de la narrativa tradicional ha operado como inagotable surtidor del género, sobre todo en provincias, sin prestar demasiada atención a la calidad estética. Hace casi setenta años, José María Arguedas mostró su desazón en el prólogo que escribió para el libro recopilatorio Mitos, leyendas y cuentos peruanos (1947), que convocó con Francisco Izquierdo Ríos y que contó con la colaboración de muchos maestros de escuela de todo el país. El libro fue publicado por un comprometido Ministerio de Educación, escribe Arguedas:

En el caso del folklore, esta ineficacia aparece agravada por una frondosa literatura cultivada en toda clase de publicaciones de las provincias y de la capital. Esta inmensa e inútil literatura prolifera, cada vez con mayor fecundidad, a causa del equivocado concepto que se tiene del folklore y de la peligrosa y tenaz convicción que ha sido difundida en el sentido de que los “temas” folklóricos pueden ser y deben ser aprovechados para la composición literaria; pues, de este modo, tales composiciones tienen, además de valor artístico, interés científico, y por añadidura valor “nacionalista”. Y en realidad, es que casi la totalidad de esa literatura no tiene realmente valor de ninguna especie, pues el valor científico del dato folklórico es totalmente destruido por la fútil y negativa recreación personal de los autores. (2009, p. 18)

De este modo se ha trabajado también el personaje niño, como si fuera un querubín sonrosado y soñador a la usanza de un antiguo cromo. Ojalá me refiriera a la literatura de hace un siglo, pero no. No solo es influencia de una época sino de la entelequia que tienen algunos improvisados escritores o maestros y maestras que no consiguen admitir las travesuras ni los sudores de un niño real. El concepto de infancia o de adolescencia es, mal que bien, una construcción social en la que participamos todos los que formamos parte del entorno de un chico o una chica. Muchos adultos, sobre todo educadores, parecen empeñarse en extender esa brecha generacional y muchas veces la literatura infantil sirve de aliada pedagógica para “enmendar” una nueva generación, según los virtuosos modelos de escritores obstinados en plasmar una retórica nostalgia, o simplemente ávidos de sus regalías de autor.


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