Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 137
—¿Lidia? —preguntó.
—¡Doctor Brasso! —exclamó Lidia, sorprendida.
—Parece creer que nunca iba a volver a verme —dijo él, con una sonrisa.
—No es eso —se excusó Lidia—. Es que, no sé, no me lo esperaba aquí.
—Bueno, a mí también me gusta pasear, incluso sentarme en los bancos.
—Claro, siéntese, por favor.
El doctor Brasso se sentó a cierta distancia de Lidia.
—Tiene un aspecto estupendo, querida Lidia —dijo.
—He envejecido —dijo ella—. Pero me encuentro bien, no me puedo quejar. Por eso no le he llamado. Sí, es verdad, hace tiempo que no le llamo —dijo, algo avergonzada, como quien ha sido descubierta cometiendo una traición.
—Eso es muy buena señal —dijo él, en tono alegre—. Eso quiere decir que se encuentra mejor. Es una gran noticia para mí.
—Sigo con mis cosas, no crea, pero las sobrellevo, no me atrevo a decir que he mejorado, prefiero no decirlo... —sonrió y otra vez se sintió avergonzada, ¿estaba coqueteando con el doctor Brasso?
—¿Y Néstor, su hijo, qué tal está? —preguntó él.
—¿Se acuerda de él?, ¿de su nombre?
—Tengo buena memoria para los nombres. Pero no estaba seguro de haber acertado. Dudaba entre Néstor y Héctor... Lo que sí recuerdo es que a usted le preocupaba mucho —dijo Brasso—. Le causaba tanto o más dolor que sus propios dolores.
—Sí, es verdad —dijo Lidia—. Está muy bien, ha salido a flote, terminó la carrera, encontró trabajo. Al final, mi marido tenía razón. Pasó por una mala época, sólo fue eso. Se casó el año pasado. Su mujer es un encanto. Una chica muy lista, bióloga. Acaba de quedarse embarazada, así que pronto seré abuela.
—Una abuela muy joven —dijo Brasso—. Entonces, ¿todo va bien en su vida?
—Viajamos mucho —dijo Lidia—. Siempre que podemos. Tenemos un grupo de amigos, gente de nuestra edad, ya sabe. Lo pasamos bien.
—¡Cómo me alegro, Lidia! —dijo él.
Sin embargo, la frase, a Lidia, le sonó un poco falsa, un poco artificial. Incluso algo triste.
El doctor Brasso se levantó, le tendió la mano, se alejó.
¿Por qué toda la felicidad que había sentido momentos antes se había venido abajo?, se preguntó Lidia. Tenía la boca muy seca, le dolía tragar. Le costó un gran esfuerzo levantarse del banco, le pesaba terriblemente el cuerpo. Al salir del parque, sus ojos buscaron una cafetería. Necesitaba sentarse de nuevo.