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Por lo que tenemos –transcrito de los cronistas o perdurado en la Sierra– puede juzgarse ya del tono y de la calidad de esta poesía. Con su cabal comprensión de todo lo que atañe al pasado peruano, José de la Riva Agüero la describe así: «Cantinelas frescas y melancólicas como un paisaje de madrugada andino. Poesía blanda, casta y dolorida, de candoroso hechizo y bucólica suavidad, ensombrecida de pronto por arranques de la más trágica desesperación. Esquiva y tradicional, esta raza, más que ninguna otra, posee el don de lágrimas y el culto de los recuerdos. Guardiana de tumbas misteriosas, eterna plañidera entre sus ruinas ciclópeas, su afición predilecta y su consuelo acerbo consisten en cantar las desventuras de su historia y las íntimas penas de su propio corazón. Todavía cerca de Jauja, en el baile popular de los Incas las indias que representan el coro de princesas (ñustas) entonan, inclinándose con exquisita piedad sobre Huáscar, el monarca vencido: «Enjuguémosle las lágrimas; –y para aliviar su aflicción, llevémosle al campo–, a que aspire la fragancia de las flores»: Huaytaninta musquichipahuay

De los más antiguos y hermosos yaravíes (haraui en quechua) es el que comienza: Purum pampapi piscucunata

«A la llanura solitaria –íbamos los dos– a oír el trinar de los pájaros»…

[…]

«La misma suavidad lírica, la misma incomparable mansedumbre mezclada a ratos con intenciones satíricas y burlas caracterizan las fábulas y consejas en prosa. En ellas no solo hablan los animales sino los árboles, las cuevas y los cerros: toda la Naturaleza se anima y personaliza. En su intuitiva inocencia, el quechua concibió la fraternidad del Universo. Las aguas sagradas de los manantiales (puquios) infunden el cariño o el olvido. Las rocas y las pampas se conduelen de los desgraciados; y las clementes y misteriosas palabras con que dialogan, solo pueden oírse en sueños. El venado que huye anhelante por los riscos fue un rico cruel transformado en animal medroso y siempre perseguido, porque despreciaba a su hermano pobre; en las nubes multiformes que encubren las cimas, ven los genios benéficos de los Andes; y en las aisladas peñas que se elevan sobre los pajonales, pastores petrificados en castigo de sus faltas. En las noches de luna nueva, por las lejanías lucientes o bajo las recortadas sombras del arbolado escaso, una joven hermosísima y atribulada, hija de un cacique, a la que raptó el Diablo. En las grutas tenebrosas, creen que duermen tranquilos con sus tesoros los curacas de la Conquista que no quisieron sobrevivir a sus legítimos soberanos».


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