Читать книгу Paisaje de la mañana онлайн | страница 7

En estas unidades hallamos un venero de importantes narradores como Abraham Valdelomar o Ciro Alegría, al lado de escritoras como María Wiesse o Angélica Palma que son ilustres desconocidas para nuestros maestros y maestras, y, en consecuencia, para el público infantil. Algo similar ocurre con el poeta José María Eguren, quien comparte la sección de lecturas ejemplares con los olvidados escritores Luis Valle Goicochea y Abraham Arias Larreta. La Sexta Unidad cubre un periodo de consolidación de la literatura para niños —la segunda mitad del siglo XX—, con autores que si bien se leen muy poco en las escuelas de hoy –salvo José Watanabe y Óscar Colchado Lucio, los demás, injustamente, no forman parte de los actuales catálogos de las editoriales–, ningún educador ignora el papel trascendente de su arte y magisterio. Tal vez los nombres de mayor prestigio sean los de Javier Sologuren y Rosa Cerna Guardia, un poeta extraordinario y una delicada narradora.

Ha sido grato realizar el presente trabajo, aunque nada sencillo. Mis experiencias docentes son manifiestamente escasas: he ejercido como profesor escolar muchos años y solo en colegios particulares en Lima, jamás de una escuela pública ni de provincia. Lo que me ha conferido, desafortunadamente, una visión parcial del mapa educativo peruano. Es verdad que he tenido numerosos encuentros y talleres con docentes del interior del país, pero es insuficiente para conocer un sistema tan dispar y frágil. Además de mis limitaciones en materias de teoría literaria e historiografía, considérese las carencias de bibliotecas especializadas y registros bibliográficos en torno al género; la inexistente presencia de la literatura infantil en los tratados de literatura nacional y el espejismo creado por el fenómeno cultural surgido con el plan lector en nuestras escuelas, después del año 2006, cuyas operaciones comerciales y producción novísima han distraído el cauce de nuestra valiosa tradición.

Con discreta inmodestia anhelo que este libro enriquezca el horizonte educativo del país, pues continúo aferrado al empeño de ver profesoras y profesores emancipados gracias a su propia cultura, entregados al ejercicio de sus meditaciones y su imaginación, amparados por mejores condiciones de trabajo. Docentes con tiempo libre para estudiar, departir y disfrutar del ocio, esa voluntad de paz y albedrío que reclamaban los antiguos griegos como concepto originario de la palabra `escuelá: lugar libre de las urgencias de la vida, ámbito propicio para cultivarse. A diario me recuerdo que nuestra emergencia educativa exige de la pasión del magisterio, y que la lectura constituye el arma fundamental de combate en la toda democracia digna, como pensaba el maestro Luis Jaime Cisneros.


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