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Yo no recuerdo lectores en mi barrio ni entre mis compañeros de colegio. Busco una época en que nuestro país haya tenido muchas librerías, suficientes bibliotecas municipales o salas de teatro. O que la lectura haya sido una práctica consustancial ciudadana. No encuentro señales evidentes. Afirmar que antes se leía más, tal vez resulte una idealización del pasado que no comparto, pero lo que mi memoria sí registra es un respeto mayor por la cultura escrita —las librerías eran lugares entrañables, las secciones culturales de la prensa estaban escritas con dignidad y las películas las “leíamos” con fervor— y de una superior autoestima del docente. Es indiscutible que hace algunas décadas nuestro magisterio gozaba de mejores condiciones de trabajo y de mayor prestigio profesional.

Creo que la comunidad educativa nacional ha desatendido un deber primordial con los maestros y maestras: constituirlos y honrarlos como agentes principales de transformación, más valiosos que el libro impreso y que todo decreto oficial. Qué falacias guardan ahora los discursos institucionales y cuán poca confianza despierta la vocación docente. José María Eguren tiene una bella imagen que podríamos aplicarla a nuestro oficio: “Somos los ojos de diamante que miran desde las ciegas alturas con el afán de cuidar el futuro de una nación”. Quizás sea cierta la creencia de que una vez que cerramos la puerta del aula, los maestros adquirimos mayor transcendencia que el propio ministro.


Además de una selección de textos representativos —algunos inhallables—, Paisaje de la mañana contiene múltiples anotaciones tomadas de mis lecturas y de mis apreciaciones como profesor. Una que otra charla o entrevista y muchos papeles sueltos de mis archivos personales; nada que tenga que ver con la visión de un especialista. Creo que el título del libro me exime, por su carácter sugestivo, de dar mayores explicaciones; prefiero respetar los sentidos que le otorgue el lector. Más bien quisiera detenerme en las significaciones que pudiera inspirar el subtítulo. La palabra esbozo, como ejecución de una obra artística, deviene de la imagen pictórica del título y señala su vocación de dibujo representativo de un proyecto artístico. Este trabajo no constituye, por lo tanto, un estudio acabado ni profundo sobre nuestra literatura infantil y juvenil, es simplemente un proyecto o apunte preparatorio para un curso del género.


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