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Narradores orales y cuentacuentos

Hace más de quince años un buen fantasma recorre las escuelas y los pequeños auditorios: es la tropa de los narradores orales que, llevados por el mejor espíritu docente, ha logrado recuperar el magisterio de nuestros ancestros y educar a través de los relatos que encierran sabiduría y entretenimiento. Su trabajo es, a todas luces, encomiable. Cada uno de sus exponentes, ya sea de Lima o provenientes del Ande o de la Amazonía, realiza una valiosa labor de rescate de las antiguas narraciones populares —a saber, de ignota autoría— y las incorpora al imaginario actual, a veces con audaces adaptaciones o simplemente insertando breves referencias. Y en el escenario son, más allá de la carne y los huesos, la presencia de una voz mágica que hechiza y forma una conciencia.

La “savia ardiente de vida” es una preciosa frase de José María Arguedas para referirse a la dimensión inmortal de un pueblo y él la utilizó en su carta de despedida —La Molina, 27 de noviembre de 1969— nada menos que para despedirse del mundo; en ella recomendaba a maestros y estudiantes dejarnos guiar con “generosidad sabia y paciente” que constituye, en gran medida, la tarea que realizan nuestros cuentacuentos. Una lástima que las escuelas y las editoriales la asuman como una tarea episódica, rentable para promocionar un libro recién publicado o como un simple divertimento propio de un evento cultural.

De lo poco que conozco, no tiene ni por asomo ese aire el compromiso de nuestros narradores y narradoras, quienes de verdad recorren el país e indagan por sus rincones más remotos, organizan presentaciones y acuden a donde se les convoque, siempre con buena cara… baste un ejemplo: el Festival Nacional de Narración Oral, que con el nombre de Déjame que te cuente —de inevitable reminiscencia peruana y musical— organizan Cucha del Águila y Marissa Amado en distintas regiones del país, desde el año 2000. Tal como está concebido no es solo un espacio escénico para avezados cuentacuentos, sino también para narradores que se inician; tanto para artistas como músicos, poetas populares, artesanos o actores; para padres y madres de familia. Una virtud por proseguir la milenaria trasmisión de la palabra que representa nuestra comunidad, nuestro mundo.


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