Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 12

—No quiero pastel.

—¿Qué quieres entonces, papá? Un reloj nuevo o…

—No considero nuevo nada que tú arranques de la mano de nadie, Mare.

Antes de que estalle otra guerra en la casa de los Barrow, mamá retira el guiso de la estufa.

—La cena está lista.

La trae a la mesa y el vapor me envuelve.

—¡Huele rico, mamá! —miente Gisa.

Papá no es tan diplomático y hace una mueca frente al platillo.

No queriendo quedar en evidencia, trago a la fuerza un poco de estofado. Para mi sorpresa, no está tan mal como de costumbre.

—¿Le pusiste la pimienta que te traje?

En lugar de asentir, sonreír y agradecer que me haya dado cuenta, mamá se sonroja y no contesta. Sabe que la robé, igual que todo lo que yo regalo.

Gisa entorna los ojos sobre su caldo, sabe adónde va a ir a parar todo esto.

Se diría que a estas alturas yo ya debería estar habituada, pero la reprobación de todos me irrita.

Suspirando, mamá baja la cara hasta las manos.

—Tú sabes que te lo agradezco, Mare… Simplemente me gustaría que…

—¿Que fuera como Gisa? —termino por ella.

Mamá sacude la cabeza. Otra mentira.

—¡No, claro que no! No fue eso lo que quise decir.

—Está bien —mi resentimiento se alcanza a oír sin duda hasta el otro lado de la aldea. Hago cuanto puedo por evitar que la voz se me quiebre—. Es la única forma en que puedo ayudar antes… antes de que me vaya.

Mencionar la guerra es una forma rápida de silenciar la casa. Hasta el zumbido de papá se detiene. Mamá vuelve la cabeza con las mejillas rojas de ira. Bajo la mesa, la mano de Gisa se cierra sobre la mía.

—Sé que haces lo que puedes por proceder correctamente —murmura mamá.

Le cuesta mucho decir esto pero me consuela de todos modos.

Yo mantengo la boca cerrada y fuerzo una inclinación de cabeza.

Gisa salta entonces en su asiento como si algo le alarmara.

—¡Ay, casi lo olvido! Pasé por el correo al volver de Summerton. Había una carta de Shade.

Es como si explotara una bomba. Mamá y papá se abalanzan en pos del sobre sucio que Gisa extrae de su saco. Yo permito que vean la carta por encima, que examinen la hoja. Ninguno de los dos sabe leer, así que deducen en el papel lo que pueden.


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